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boris casoy

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segunda-feira, 14 de dezembro de 2009

Un bipartidismo distinto alumbra en Uruguay

Cambio radical en la correlación de fuerzas de los partidos políticos


Salió en Bitacora

Por NIKO SCHVARZ (*)

En toda la primera mitad del siglo XX, y algo más, la izquierda en Uruguay, integrada sobre todo por comunistas y socialistas, era una fuerza meramente testimonial.

Ya estará el de abajo arriba
cuando el de arriba esté abajo.
Nicolás Guillén

No tenía participación en la dirección del estado, monopolizado por blancos y colorados, que llegaban al gobierno por elección o golpe de estado. Ahora la situación se ha revertido totalmente. Estamos ante una década de gobiernos de la izquierda frenteamplista.

Los dos partidos tradicionales, dueños antes de todos los resortes del poder, se ven ahora confinados a una oposición que les cuesta admitir. Se ha producido un profundo cambio cultural en la sociedad.

El frenteamplismo ha conquistado la hegemonía, en sentido gramsciano, de modo natural y progresivo, sin fractura. Hoy ser frenteamplista es lo más natural, y sobre esa base ha nacido una nueva fraternidad y un espíritu solidario entre los uruguayos. Ese estado de conciencia se ha extendido de la capital a todo el interior del país. La oposición bicolor se considera estafada por la Divina Providencia a la que se había encomendado.

Ambos partidos se juntaron para impedir la reversión del curso político en el balotaje de 1999. Para eso habían reformado la Constitución en 1996. Lograron prolongar su agonía por un período. Pero en 2004 no tuvieron oportunidad de ensayar su fórmula (elaborada con un maquiavelismo sin parangón) porque marcharon en la primera vuelta.

El Frente consumó una verdadera hazaña, saltó por encima de un listón colocado a una altura que los maniobreros juzgaron inalcanzable. El pueblo los derrotó en el terreno de juego más desfavorable. En 2009 repitieron la receta y fracasaron rotundamente, esta vez en dos tiempos, pero con un score en contra mayor. El Frente los arrolló a los dos juntos, y a todos los demás que iban saliendo.

Lo que puso patas arriba todo el cuadro político fue la consolidación sistemática del Frente Amplio, en todas las circunstancias, en democracia y bajo la dictadura, superando todos los obstáculos. A partir de ahí, la reversión fue total. Como dice el verso de Guillén.

El Frente es el responsable directo de esta brusca transformación, que coloca al Uruguay a diapasón con la nueva hora de América Latina en el nuevo siglo y milenio, que acaba de confirmar Bolivia con Evo Morales.

Después de la lucha contra la dictadura de Terra y de cierto auge de la izquierda al final de la IIª Guerra Mundial, fue naciendo a mediados de los 50 una concepción y una práctica destinadas a cambiar todo el orden existente, y en primer término la correlación de las fuerzas políticas, de los partidos. Tengo para mí que el XVI Congreso del PCU desempeñó un papel fundamental en ese nuevo rumbo. Allí se puso proa, simultáneamente, a la unidad de la clase obrera. Eran dos procesos simultáneos, que marchaban por carriles paralelos, influenciándose mutuamente.

Alguna vez se dijo que la unidad total de la clase obrera, sellada en instancias sucesivas, abrió el camino a la unidad política, pero también es cierto que no pocos militantes caminaban con los dos pies y contribuían a ambos objetivos.

Puesto en marcha el proceso, se registraron hechos de diverso signo, de un lado propuestas de unidad rechazadas, y del otro experiencias bien sucedidas, con expresión ambas en las elecciones de 1962. Siguió una década de esfuerzos bajo la consigna señera de la unidad sin exclusiones, en la que se registraron incorporaciones de diversos orígenes al tronco de la izquierda, así como la unidad de marxistas y cristianos, superando las barreras del prejuicio y unidos por la voluntad de practicar el bien común.

Otro hecho esencial fue la actitud de dirigentes batllistas que corrieron el riesgo de saltar sobre la barrera de los lemas y sumarse a la unidad de la izquierda. Zelmar Michelini es un caso típico, no el único por cierto. El hecho se reprodujo en filas blancas, y sería injusto olvidarlo a raíz de polémicas actuaciones posteriores.

Allí quedó en evidencia un hecho político de profundo significado, cual es la imposibilidad de renovar por dentro a los partidos tradicionales, en los cuales coexisten los sectores de visión progresista, obrerista en el caso del batllismo, arraigadamente democráticos, que como Julio César Grauert dieron la vida en la lucha contra la dictadura de Terra, con sectores de la más rancia oligarquía que siempre tuvieron la sartén por el mango.

La confluencia en la correntada de la izquierda unida, manteniendo sus ideas y tradiciones, les ofrecía a aquéllos una alternativa viable y de cara al futuro. La fundación del Frente Amplio el 5 de febrero de 1971 culminó este proceso, y siete semanas después el acto del 26 de marzo en la Explanada Municipal demostró hasta qué punto la concepción de la unidad sin exclusiones penetraba en las conciencias, creaba un poderoso polo de atracción, agrupaba multitudes, incorporaba nuevas vertientes e iba vertebrando la unidad en la diversidad que es la carta de identidad del Frente Amplio, reconocida como tal en el mundo.

Otras fuerzas en ese momento optaron por un camino diferente. El Frente mantuvo el suyo, con firmeza, a la vez con espíritu unitario que era consustancial a su esencia, con criterio polémico elevado y fraterno y sin ceder nunca al desenfreno represivo de la derecha, al contrario.

En noviembre de ese año, en su primera presentación electoral el Frente cosechó el 18,3% de los votos. Ya comenzaba a insinuarse un cambio de fondo en el panorama político, amenazando la hegemonía secular de los partidos tradicionales.

Tras el golpe del 27 de junio de 1973 el Frente luchó contra la dictadura en la cárcel, la clandestinidad y en el exilio, como se decía en aquella época. Preservó la unidad de sus filas y su capacidad combativa, mantuvo su organización y su coherencia frente a las tendencias dispersivas y liquidacionistas, concitó la convergencia y la acción común de los sectores antidictatoriales de todos los partidos, en particular del wilsonismo, impulsó en el mundo entero la solidaridad con la lucha del pueblo uruguayo contra la dictadura. Recuperada la democracia por la acción de todas estas fuerzas en el país y en el exterior, el Frente logra 21,3% en las elecciones de noviembre 1984, con Seregni proscripto.

Sobreviene luego un extenso período de incorporación de nuevas fuerzas, de alejamiento de sectores (Democracia Cristiana y lista 99) que al paso de los años se reincorporan, de gestación de nuevas formas organizativas bajo la denominación de Encuentro Progresista-Frente Amplio-Nueva Mayoría, que luego por libre determinación de sus integrantes pasan a cobijarse todos bajo la bandera frentista. En 1989 el Frente se mantiene a pesar de la escisión de la DC y la 99 y conquista (por primera vez, y lo reproduce en todas las elecciones siguientes) la intendencia de Montevideo. En 1994 logra, siempre en crecimiento, el 30,6% de los votos. Dos años después se implanta el balotaje.

En 1999 el Frente pasa a ser la primera fuerza política pero no alcanza el 50% (tiene 40.11% en la primera vuelta), sube a 44,54% en el balotaje pero pierde frente a Jorge Batlle, a quien se le suman los votos blancos.

Esto retrasó por un período el acceso del Frente al gobierno, porque en 2004 ganó en primera vuelta con el 50,45% de todos los votos emitidos ( o sea que superó a la suma de los votos por todos los demás partidos más todos los votos observados, anulados, en blanco y rechazados). Esta votación le otorgó además con creces la mayoría absoluta en la Cámara y en el Senado. Luego, en las elecciones municipales de mayo 2005, además de la intendencia de Montevideo, el Frente conquistó por primera vez 7 intendencias del interior: Salto, Paysandú, Canelones, Florida, Maldonado, Rocha y Treinta y Tres. El Partido Colorado, reducido a su mínima expresión, alcanzó a gatas una votación de dos dígitos y una única intendencia: Rivera.

En la reciente elección, el Frente no alcanzó el 50% de todos los votos emitidos en el primer turno, pero salió primero en nada menos que 11 departamentos, sumando a aquellos en que tiene sus manos la intendencia (menos Treinta y Tres) a Río Negro, Soriano, Colonia y San José, todos seguidos. Aumentó la ventaja sobre los blancos en relación a la elección de 2004. Además, sacó más votos que los blancos en todo el interior, y esa ventaja se mantiene aunque se excluya Canelones.

Ya el Frente se ha transformado en una poderosa fuerza de raigambre nacional, superando la vieja dicotomía entre la capital y el interior. Antes se decía en la izquierda que se debía “ayudar al interior”, ahora el interior genera sus propios cuadros y dirigentes. Antes la izquierda se proponía tomar contacto con un millón de compatriotas, y ahora tiene un millón doscientos mil votos. En la segunda vuelta del 29 de noviembre pasado obtuvo exactamente 1:197.638 votos, el 54,63%, superando los 994.510 votos y el 45,36% por Lacalle. La diferencia es de 203.128 votos y de 9,27%. Por departamentos, el Frente mantuvo la superioridad sobre todos los votos por Lacalle en Montevideo y Canelones, y además en Soriano, Salto y Paysandú.

Pero un hecho aún más notable e inédito consiste en que el Frente aventaja a los blancos en poblaciones pequeñas del interior, del Uruguay profundo, que eran desde siempre su feudo inexpugnable. Incluso allí se ha extendido la simpatía y la adhesión al Frente. Ejemplos de poblados de Colonia y Soriano, entre otros, son en extremo reveladores.

Recientes estudios muestran la evolución ascendente de la votación del Frente en el interior desde dos puntos de vista. Uno refiere a esta votación sobre la totalidad de la votación frentista. En 1989 los votos frentistas eran 75% en Montevideo y 25% en el interior. Éstos últimos fueron creciendo ininterrumpidamente en la proporción, hasta llegar al 52,5% del total en la primera vuelta de 2009 y 53,6% en el último balotaje. El otro estudio analiza cómo subieron los votos frentistas en el interior sobre la totalidad de los votos en el interior. Crecieron de 9,9% en 1989 hasta alcanzar 49,6% en el balotaje de 2009. Se confirma el alcance nacional del Frente, que llega hasta el último rincón del país, lo que configura un cambio cultural y psicológico notable.

Y está pautando el nacimiento de un bipartidismo de nuevo tipo. Antes, blancos y colorados alentaban su rivalidad para seguir prevaleciendo uno o el otro en el poder (o los dos juntos llegado el caso). Eran como los demócratas y los republicanos en Estados Unidos, o como los adecos y copeyanos en Venezuela, antes de que llegara Chávez.

Ahora hay de hecho dos partidos: el Frente y los blanqui-colorados. La vieja Unión Cívica se disolvió entre los blancos, los independientes fracasaron en el intento de constituirse en bisagra, Asamblea Popular no alcanzó representación parlamentaria. Los dirigentes colorados, en esta instancia, trataron de devolverle el favor que le hicieron los blancos a Jorge Batlle en 1999.

Pero esto funcionó relativamente. Según demuestra un avezado especialista en un análisis sobre cada localidad, una por una, todos los votos colorados estuvieron lejos de volcarse a los blancos. Fueron a parar a diversos destinos (incluso a votos en blanco y anulados, que crecieron) y en alguna medida al propio Frente, que aumentó en 92.376 votos entre el 25 de octubre y el balotaje.

Esto plantea una situación auspiciosa para las municipales del 9 de mayo 2010. Aquí cada partido se presenta por su cuenta, con sus candidatos a intendente en cada departamento, que pueden ser hasta tres. Gana el que tiene mayoría relativa, no hay balotaje, y el ganador se lleva además la mayoría de la Junta. En la competencia cabeza a cabeza, de cada partido por sí, el Frente puede mantener las 8 intendencias que están en sus manos y conquistar otras.

Es lo que se proponen desde ya los dirigentes locales. Y es seguro, además, que en modo alguno el Frente ha llegado a su techo. En el clima de alegría y confianza suscitado por la elección, puede acrecentar sus filas con el aporte de otros grupos de compatriotas y de jóvenes que recién acceden a la vida política. En este sentido, las recientes elecciones y las de mayo próximo pueden prolongar el ciclo de la izquierda frenteamplista en el gobierno. Con sus repercusiones para toda América Latina.

(*) Periodista. Uruguay.

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